¿Hay vida más allá de la partitocracia?
¿Tiene arreglo todo esto? ¿Hay
vida más allá de la partitocracia? ¿Cómo reacciona la inteligencia colectiva
ante la terrible crisis que vivimos? Artículo de recomendable lectura que,
unido a la entrevista a Jaime Miquel de Vía V, ofrece algunas pistas importantes.
Ésta es mi reflexión, el artículo pertenece a Adela Cortina y lo publica hoy el
diario El País.
Cuando yo estudiaba la carrera se daba por
sentado que quien deseaba trabajar por mejorar la sociedad debía ingresar en un
partido político. Seguía pesando en el ambiente aquella idea hegeliana de que
el mundo político se preocupa por los intereses universales y brega desde la
solidaridad, mientras que la sociedad civil es el reino de los intereses
particulares, el ámbito del egoísmo sin remedio. A fines de los setenta esta
división del trabajo empezó a tambalearse y en nuestros días carece ya de
sentido, porque una buena parte de la sociedad civil asume cada vez más un
esperanzador protagonismo en la construcción del bien común; un protagonismo
que es urgente potenciar.
Tal vez porque la política se limita hasta
tal punto a buscar votos y conseguir ventajas que no le queda fuste para lanzar
propuestas atractivas; tal vez porque la financiarización de la economía ha
creado un mundo completamente inestable; tal vez porque el despilfarro, la mala
gestión, la corrupción y la falta de unidad han socavado la credibilidad de lo
político, lo cierto es que, desde distintos sectores, la sociedad civil viene
movilizándose desde hace tiempo en los medios de comunicación, en
intervenciones públicas, en las redes, en las calles, poniendo sobre el tapete
a la vez críticas y propuestas realizables.
Afortunadamente, no es verdad que falten
líderes, no es verdad que los intelectuales hayan desaparecido de la esfera
pública, como han diagnosticado hasta la saciedad algunos agoreros. Lo que
ocurre más bien, como decía José Luis Aranguren, es que se han democratizado, y
crean foros y círculos de opinión, elaboran cuidadosos informes sobre problemas
candentes y los transmiten a la esfera pública a través de todos los medios a
su alcance. Una tarea ingente para analizar lo que nos pasa, detectar los
puntos más débiles y lanzar propuestas constructivas. Una sociedad civil
vibrante, en auténtica ebullición, capaz de superar la idea trasnochada de que
el poder político se ocupa de los intereses universales, mientras que la
sociedad civil se refugia en sus egoísmos particulares.
Por citar dos ejemplos nada más de
asociaciones creadas en la última década, que conozco bien de cerca, el Círculo
Cívico de Opinión elabora fundados informes sobre temas candentes y transmite
sus resultados a la opinión pública, y el Foro + Democracia ha puesto a punto
una propuesta de reforma de la Ley de Partidos Políticos, que ya está en la
calle. Por fortuna, estos son nada más dos botones de muestra entre una ingente
cantidad de grupos que hace oír su voz en la esfera pública, aportando
sugerencias viables y argumentos.
Eso es, a fin de cuentas, lo propio de
sociedades con cierta andadura democrática: que no haya unos pocos líderes,
unos pocos intelectuales sobresalientes, sino el trabajo conjunto de personas y
grupos plurales, generando una inteligencia colectiva, capaz de descubrir
mundos ignotos. Si es verdad, como dicen los defensores de la mente extendida,
que nuestra mente no se encierra en los límites del cuerpo, sino que la
componen también datos y personas del entorno; si es verdad que la sinergia de
inteligencias personales arroja propuestas más lúcidas, entonces hay que
abandonar el fácil lamento de que faltan líderes e intelectuales y escuchar a
quienes ya están hablando. El uso público de la razón es —como sabemos— el
síntoma esperanzador de una sociedad en vías de ilustración.
Pero para que exista una conversación es
preciso que alguien descuelgue el teléfono al otro lado del hilo, y los
políticos parecen demasiado preocupados arreglando sus asuntos particulares
como para ponerse al aparato. Parece que las tornas hayan cambiado desde hace
algunas décadas, y que son ellos los que se ocupan de sus intereses personales
y dejan a los ciudadanos lanzar discursos sobre los asuntos comunes. Mala cosa
los monólogos, sean crispados o propositivos.
Son los diálogos los que permiten ir
incorporando en las instituciones las propuestas más lúcidas y fundamentadas,
las que pueden ayudarnos a salir del marasmo, y crear una sociedad justa. La
forma política de esa sociedad sería la de una democracia deliberativa, en la
que los representantes responden de sus acciones, de sus programas, y también
tienen línea directa con los interlocutores más preocupados por el interés
común que por los intereses partidarios. En este punto la reforma de los
partidos políticos se hace imprescindible en lo que hace a su democracia
interna, a la transparencia de su financiación o a la necesidad de debilitar el
poder de los aparatos.
¿Cuál debería ser la dirección de esta
efervescencia? La convicción de que otro mundo es, no solo posible, sino
también necesario, porque el que tenemos no está a la altura de los seres
humanos; la certeza, cada vez más asumida, de que lo que es necesario es
posible y tiene que hacerse real, y el sentimiento de que para lograrlo es
indispensable que la sociedad civil ejerza la responsabilidad que le
corresponde. La buena noticia es que la está asumiendo y lo hará cada vez más.
Adela Cortina es catedrática de
Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, y directora de la Fundación ÉTNOR.
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